Recuerdo que hace más de seis años, leyendo un artículo sobre los aviones de FedEx que sobrevuelan diariamente el Pacífico, pensé en lo que pasaría si uno de esos aparatos se perdiera en el mar. Y ese pensamiento se transformó en la historia de un hombre abandonado en una isla durante cuatro años y cómo, en el fondo, ese tiempo pasa en un abrir y cerrar de ojos.Tom Hanks
Al margen de poder darme el gustazo de escribir sobre una de mis películas favoritas de todos los tiempos, el haberme decantado en su momento por este especial de Robert Zemeckis respondía a la pulsión irrefrenable de tener que verter en estas líneas de tinta virtual todo aquello que se me ocurriera sobre dos cintas que en sus respectivos años se alzaron como incuestionables cimas del séptimo arte para el que esto suscribe. Y si para aquellos que lleváis siguiendo este especial desde el principio huelga decir que la primera de ellas fue la asombrosa ‘Contact’ (id, 1997), resulta también muy evidente que la segunda en discordia es esta bellísima obra de arte preñada de momentos inolvidables que es ‘Náufrago’ (‘Cast Away’, 2000).
Por más que sea una afirmación de esas que suelen hacerse en el último párrafo de una entrada a modo de conclusión, me atrevería a afirmar que, a falta de saber qué le depara el futuro al cineasta, ‘Náufrago’ es la última gran cinta de Robert Zemeckis: un filme redondo, intenso, en el que el realizador demuestra su maestría tras el objetivo en un ejercicio de virtuosismo cinematográfico que atrapa al espectador desde su enérgico comienzo hasta su pausada conclusión y que se beneficia sobremanera de una de las mejores actuaciones —si no la mejor— que hemos podido verle a ese monstruo de la gran pantalla que es Tom Hanks.
La gestación de lo que terminaría convirtiéndose en ‘Náufrago’ comenzó poco después de que actor y director colaboraran en ‘Forrest Gump’ (id, 1994) y tras ocurrírsele al intérprete la idea para la cinta, y contactar éste con William Broyles Jr. para la redacción del guión, transcurrieron unos cuantos años de constantes escrituras del mismo; años en los que Zemeckis, ahora amigo íntimo de Hanks tras su oscarizado filme, estuvo al tanto de las diversas idas y venidas en la evolución del libreto hasta tal punto que cuando llegó el momento de decidir quién iba a ser el cineasta que lo trasladara a celuloide, el único nombre que se puso sobre la mesa fue el del artífice de ‘Regreso al futuro’ (‘Back to the Future’, 1986).
Como ya comentamos en la entrada correspondiente a ‘Lo que la verdad esconde’ (‘What Lies Beneath’, 2000), el rodaje de ‘Náufrago’ tuvo que ser llevado a cabo en dos partes separadas entre sí por un espacio de unos catorce meses en los que Tom Hanks se sometió a un severo régimen para perder los 25 kilos que se supone adelgaza su personaje a lo largo de los cuatro años que pasa en la isla, al tiempo que se dejaba crecer la barba y el pelo para que el proceso de transformación pareciera lo más real posible. Una decisión que, vista la cinta, sólo puede ser aplaudida una y otra vez: el que Zemeckis optara por prescindir del maquillaje que habría sido inevitable en cualquier aproximación a esta vuelta de tuerca al arquetipo de Robinson Crusoe, dota de un verismo inusitado a la segunda parte del filme, un verismo que se ve propulsado, lo decíamos más arriba, por el alucinante trabajo de Hanks.
Torrente de energía que “vive y muere por el reloj”, es a través de los ojos de Chuck Noland que Zemeckis nos presenta la totalidad de la historia que se desarrolla a lo largo de 143 minutos de los que no se desperdicia ni un sólo segundo. Lo que dicha decisión comporta —la de presentar todos los hechos desde el punto de vista del personaje central— es la inmediata identificación del espectador con el personaje de Hanks, algo que el actor siempre ha conseguido con facilidad por su natural carisma pero que aquí adquiere tintes descomunales gracias a que desde el momento en el que irrumpe en escena, la cámara no se separa de él.
(Pequeños spoilers) Centrada pues la atención en el sobrecogedor cambio que la estancia en la isla imprime en la personalidad de Chuck, el despliegue de recursos que Zemeckis efectúa tras las cámaras alcanza cotas de auténtico genio. Y aunque resulte complicado quedarse con un puñado de momentos sueltos de una cinta que guarda imágenes para el recuerdo en mil y un rincones, no cabe duda de que el plano secuencia en Moscú, el accidente de avión —cine en estado puro—, la magistral forma en que el cineasta salta cuatro años hacia adelante o todo lo que transcurre a bordo de la balsa son, a todas luces, álgidos repuntes de un metraje que es, como poco, exquisito. (Fin pequeños spoilers)
A enmarcar dicha exquisitez acuden raudos tanto la excelsa fotografía de Don Burgess —esos arrebatadores tonos violáceos con los que plasma la noche— como una escueta partitura de Alan Silvestri que en su reducida expresión viene a incidir de manera asombrosa en tres momentos cruciales en el devenir de la acción, aumentando sobremanera el dramatismo que sobre dichas escenas reposa por acción directa tanto de Zemeckis como, y cerramos el círculo con él, de Tom Hanks.
Porque, seamos francos, un muy alto porcentaje de lo que ‘Náufrago’ transmite se habría diluido de no haber sido porque la presencia de Hanks consigue, como apuntaba antes, que nos creamos lo que está pasando, que en todo momento el esfuerzo consciente de Zemeckis por hacernos protagonistas de la historia quede refrendado en las maneras interpretativas de ese hombre que podría ser cualquiera de nosotros: el apasionado trabajo del oscarizado actor dibuja todo un carrusel de emociones que, por extremas, habría sido complicado aceptar de otro —me cuesta trabajo pensar en otro actor que nos hubiera hecho sentir como él la pérdida de Wilson— , y acompañando a su espectacular transformación física encontramos una mucho menos evidente que, no cabe duda, es la que sirve de vehículo al motivo temático del filme y la que, en última instancia, coloca a la cinta en el podio de lo mejor que ha salido del talento cinematográfico de un director que a partir de aquí comenzará a difuminarse en inanes búsquedas digitales.