Metido de lleno en la doble aventura empresarial que fue la creación casi simultánea de Imagemovers y Dark Castle, y con su faceta de productor funcionando a marchas forzadas para dar salida a lo que cada una de las dos compañías iba exigiendo, Robert Zemeckis no tenía intención alguna de dejar atrás la realización, y de cara al año cero de este s.XXI nos sorprendió con dos títulos bien diferentes cuyas pre-producciones llegaron a simultanearse.
Habiendo ya comenzado con los preparativos previos para ‘Náufrago’ (‘Cast Away’, 2000) y con las primeras secuencias rodadas, Zemeckis sabía que tenía que parar un año para dar tiempo a Tom Hanks a adelgazar y dejarse la barba natural que luce en el soberbio filme, doce meses en los que el cineasta no iba a quedarse quieto. Con la recién formada Dreamworks llamando a su puerta para embarcarlo en la filmación de lo que él tuviera en gana, y con la condición impuesta por el propio Zemeckis de que, fuera lo que fuera lo que rodara, Spielberg no debía aparecer como productor —de nuevo el “alumno” queriendo quitarse de encima la sombra de su antiguo “maestro“—, fue un guión firmado por Clark Gregg —sí, el agente Coulson de ‘Los Vengadores’ (‘The Avengers’, Joss Whedon, 2012)—el que llamó la atención del cineasta y el que se convertiría en aquello que iba a ocupar su tiempo antes de mudarse temporalmente a la isla con Chuck y Wilson.
Garantizando que el potencial en taquilla de una cinta de terror se viera aumentado por la presencia de estrellas de renombre, Zemeckis eligió a Harrison Ford y Michelle Pfeiffer como intérpretes de esta historia de fantasmas, asesinatos y golpes de efecto, aceptando ambos actores de forma inmediata la invitación del cineasta motivados tanto por la posibilidad de trabajar con él como, qué duda cabe, por el abultado cheque que recibieron; 20 millones Ford, 10 Pfeiffer, ni más ni menos que un tercio en total de los noventa millones de dólares de presupuesto con los que contó Zemeckis y que la película recuperó de sobra con un taquillaje total cercano a los 300 millones que la convertían en una de las producciones con más recaudación del año.
‘Lo que la verdad esconde’ (‘What Lies Beneath’, 2000) narra la historia del matrimonio formado por Norman y Claire Spencer, una familia de clase muy acomodada que vive en una suntuosa mansión a orillas de un lago. Coincidiendo con la marcha de su única hija a la universidad, Claire comenzará a experimentar extraños fenómenos en su hogar, unos fenómenos que atribuirá primero a la supuesta desaparición de su vecina, pero cuyo origen es bastante más aterrador y personal de lo que en un principio podría haber imaginado.
Si bien puede no parecerlo por la anterior sinopsis, si hay una fuente de la que el filme de Zemeckis y el guión de Gregg beben hasta quedarse plenamente saciados, esa es el cine de Alfred Hitchcock. No es que la sombra del maestro del suspense planee de forma más o menos evidente por la totalidad del filme, es que, emulando a Peter Pan, escritor y director la han atrapado y cosido a los márgenes de su producción hasta tal punto que, sino fuera por lo previsible hasta decir basta que resulta toda la acción —algo que pocas veces se puede afirmar sobre un título del británico—, podría parecer que la intención de ambos no es otra que copiar de forma descarada la idiosincrasia, y algo más, de muchas de las películas del orondo cineasta. ¿Ejemplos decís? para hartarse.
Dejando de lado el ¿insignificante? hecho de que el personaje de Harrison Ford se llame igual que el que Anthony Perkins interpretaba en ‘Psicosis’ (‘Psycho’, 1960), ya en el arranque de la cinta podemos comenzar a apuntar a referencias que van desde ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1954), con Claire espiando a sus vecinos, a ‘Sospecha’ (‘Suspicion’, 1954), siendo la presencia de Harrison Ford demasiado similar a la de Cary Grant —hasta en sus modos interpretativos, me atrevería a afirmar— como para ignorarla.
A éstas habría que añadir el ambiente necrofílico que rodea toda la ambientación de la cinta, que parece directamente extraído de ‘Vértigo, de entre los muertos’ (‘Vertigo’, 1958); la relevancia que adquiere el cuarto de baño de la casa casi como un personaje más de la trama —y atención al plano casi calcado de ‘Psicosis‘— o el que la banda sonora de Alan Silvestri parezca sacada de entre las anotaciones al margen de los pentagramas de cualquier trabajo de Bernard Herrmann para Hitchcock, fundamentando el músico la eficacia de su partitura en una potente sección de cuerda como ya haría el maestro para la “música en blanco y negro” del filme sobre Norman Bates.
Trufado además de incontables reminiscencias a otros muchos títulos —por aquí se pasean con descaro apuntes hacia ‘El resplandor’ (‘The Shining’, Stanley Kubrick, 1980), ‘La noche del cazador’ (‘The Night of the Hunter’, Charles Laughton, 1955) o ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary’s Baby’, Roman Polanski, 1968), por poner tres ejemplos— poco importaría todo el bagaje que la cinta arrastra si tan sólo hubiera que atender al efectivo trabajo de la pareja protagonista, espléndidos los dos, o a la magnífica dirección de Zemeckis —atención a la escena de la bañera, todo un prodigio de realización y montaje—; pero ¡ay!, como apuntaba antes, la previsibilidad que rezuma del primer al último minuto del libreto de Gregg y el abuso que hace la cinta del susto fácil y los arquetipos del género, termina por provocar que todo quede reducido a un conjunto muy aparente desde lo visual pero mediocre de cara a su valoración global.
Así, si ‘Lo que la verdad esconde’ reza en el currículo del cineasta como una muestra más de lo que es capaz de hacer cámara en mano, en el cómputo global de los títulos de los que se ha hecho cargo Zemeckis desde que comenzara su profesión allá por finales de los setenta, esta olvidable cinta de terror del montón está a la altura de las chorradas con las que inició su trayectoria o, curiosamente, de ese otro filme construido alrededor de difuntos algo inquietos que fue ‘La muerte os sienta tan bien’ (‘Death Becomes Her’, 1992).