Cuando pienso en ello, lo que encuentro interesante en esta película es que se basa en una historia sobre diferentes tipos de amor. Amor entre amigos, entre una madre y su hijo, entre un hijo y su madre, amor de pareja, amistad y sufrimiento. Trata de todo eso. Y creo que por ello esta película es tan popular.Robert Zemeckis
Unos leves compases de piano y el errático y azaroso vuelo de una pluma en un soberbio plano secuencia servían a Robert Zemeckis para dar un salto de gigante hace casi veinte años con respecto a lo que hasta entonces le habíamos visto en su filmografía, alcanzando gracias a este recorrido por tres décadas de historia de Estados Unidos una posición que lo situaba directamente a la altura de los grandes y le permitía acceder al grupo de privilegiados que han sido galardonados con cierta estatuilla dorada.
Ya sin el padrinazgo de Spielberg, que como vimos había abandonado en su anterior producción, y también sin la colaboración de Robert Gale, Zemeckis volaba en solitario para ofrecernos todo un recital visual y vital en torno a la figura de un “tonto” que es mucho más de lo que parece a simple vista, un personaje que consagró de forma definitiva a Tom Hanks como uno de los mejores actores de la historia —a día de hoy, éste sigue siendo la actuación que primero le viene a uno a la cabeza cuando piensa en el intérprete—, otorgándole su segundo Oscar consecutivo tras el conseguido por ‘Philadelphia’ (id, Jonathan Demme, 1993), un logro que hasta entonces sólo había conseguido el gran Spencer Tracy y de cuyos réditos todavía sigue aprovechándose la estrella.
Lavándole la cara por completo al personaje central, el guión de Eric Roth se basaba de forma bastante libre en la novela homónima de Winston Groom. Tanto es así que, como afirma Richard Corliss en el libro de Norman Kagan ‘The Cinema of Robert Zemeckis’:
Como suele ser habitual en Hollywood, se realizó un despiadado lifting de la novela de Groom. En el libro, Forrest era simplemente raro, pero no tan inocente o afortunado. Tiene encuentros sexuales, experimenta con drogas (…) El guionista traspasó todos los defectos de Forrest —y la mayoría de excesos que América cometió durante los sesenta y setenta— a Jenny (…) El suspense de la película reside así en si ella dejará que el la salve.
Tan radicales fueron los cambios ejercidos por Roth sobre el personaje de Jenny, que es en la descripción de ésta y en cómo se comporta a lo largo del filme donde, en cierto modo, ‘Forrest Gump’ (id, 1994) encuentra su talón de Aquiles y donde la cinta se separa de la opción de haberse convertido en una obra maestra, quedándose en una producción sobresaliente cuya apreciación depende sobremanera de intentar mantenerse al margen de la dudosa moral que enarbola el libreto y, por ende, el metraje.
Vale que la historia de superación y de ignorar las limitaciones impuestas por la sociedad quede muy potenciada por el hecho de venir protagonizada por un personaje con ciertas taras mentales y, cómo no, por la extraordinaria partitura de Alan Silvestri, que aúna inocencia, sensibilidad y determinación en los dos temas fundamentales del score. Y vale también que debido a la extraordinaria labor de Tom Hanks —asombroso y carismático de principio a fin— esa dudosa moral a la que me refería antes esté suavizada para que su impacto quede minimizado al máximo, pero lo cierto es que momentos como las referencias al Ku-Klux-Klan, a los abusos sexuales o a lo que Forrest tiene que decir acerca de Vietnam —¿por qué censurar el aparentemente polémico discurso del personaje?— son tratados con una moral de tintes ultra cristianos que, al menos en lo que a servidor atañe, chirría se la mire por donde se la mire.
Y como decía antes, si hay un personaje en ‘Forrest Gump’ en el que se vuelca gran parte de esta carga —si hay algo que siempre me ha parecido deleznable es la forma en la que se nos insinúa el porqué de la enfermedad de Jenny y qué no debemos hacer para contraerla— ese es el que intrepreta Robin Wright: por más que sea necesario para el buen fluir de la historia, la descripción que el libreto de Rothn hace de Jenny puede llegar a convertirse en no pocos momentos en un elemento odioso con el que resulta prácticamente imposible llegar a empatizar.
Encarnación de todos los excesos que Estados Unidos cometió durante las décadas de los sesenta y setenta, el amor de Forrest es un elemento que chirría constantemente, y aunque puede llegar a comprenderse el interés del guionista por su transformación con respecto al libro, y por presentarla como escaparate que sirva para exorcizar los demonios de toda una generación de americanos que experimentaron con las drogas alucinógenas o vivieron con intensidad el movimiento hippie y las revueltas sociales que acompañaron a la Guerra de Vietnam; los esfuerzos del guionista por hacerla receptáculo de todo lo negativo del filme —o casi todo— termina por convertirla en alguien desagradable que actúa por puro egoísmo y que se aprovecha de Forrest en unas formas que nada tienen que ver con el incondicional amor que éste le profesa.
Y si Jenny es la exposición descarnada del sueño americano roto y la representación en la cinta de que no todo era —es— perfecto en el “american way of life”, resulta muy evidente que las intenciones de Roth y, en última instancia, las de Zemeckis, pasan por convertir al catálogo de personajes que rodean al protagonista y, por supuesto, a éste, en símbolos inequívocos de otras de las facetas más arquetípicas de la idiosincrasia estadounidense.
En este sentido, Forrest es la cara más inocente y representa la pureza de sentimientos y ese algo “bigger than life” que tanto se ha llegado a explotar en el séptimo arte. Con Jenny como todo lo contrario, es entre estos dos extremos del espectro donde la cinta nos ofrece las tonalidades grises que representan la madre de Forrest —espléndida Sally Field— y, sobre todo, ese teniente Dan encarnado con gran convicción por Gary Sinise en el que se vierte todo el cinismo de un país que, entre otras cosas, se ha ido definiendo a lo largo de la historia por su maquinaria bélica.
Considerando todo lo expuesto, es obvio que, como comentaba antes, el disfrutar de ‘Forrest Gump’ en toda su dimensión pase inexcusablemente por aceptar —o ignorar— las “lecciones vitales” más cuestionables que la cinta intenta impartir, quedándonos con su cara más amable para, a partir de ahí, poder apreciar la magnitud del trabajo realizado por el equipo artístico encabezado por Robert Zemeckis.
Destacando del mismo la preciosa fotografía de Don Burgess, que repetiría en cuatro producciones más con el cineasta, donde es casi obligatorio pararse a la hora de hablar de los valores de la cinta es en el trabajo de la ILM, tanto en lo que se refiere a la creación de entornos inexistentes —los estadios de futbol americano, el estanque del obelisco, la playa de Vietnam, las pelotas de ping-pong…— como en lo que atañe a todas esas secuencias en las que Forrest se inmiscuye en la historia del país, encontrándose con tres presidentes, Elvis Presley o John Lennon de tal manera que uno puede llegar realmente a plantearse si Tom Hanks ha viajado en el tiempo.
Pero por encima de todo hay que alabar, y cómo, lo que Zemeckis pone en juego durante las dos horas y veinte de metraje: de nuevo con la claridad en las formas narrativas como máxima, la inclusión de la cámara lenta en dramáticos momentos puntuales y el amplio abanico de recursos que podemos ver en el director —tan pronto rueda una escena íntima que se mete en las junglas de Vietnam y nos muestra con pulso firme un ataque con napalm— son ejemplos evidentes de que con ‘Forrest Gump’ el cineasta sube el primer escalón en una madurez de formas que sólo irán en aumento con dos de sus siguientes producciones, quitándose definitivamente el sambenito de alumno aventajado de Spielberg para convertirse en un director a la altura de lo que éste último ha supuesto en la historia del séptimo arte.
Y eso es todo lo que tengo que decir sobre esto…