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'Aliados', el cine que llevamos dentro

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‘Aliados’ (‘Allied’, Robert Zemeckis, 2016) está nominada al mejor vestuario en la próxima edición de los míticos premios que concede la Academia de Hollywood. Muy poco aprecio por la que considero una de las grandes películas del año pasado. Un film que se une al juego de la nostalgia, tan de moda últimamente, pero que va mucho más allá en su propuesta, y no me refiero al affaire (falso) de su pareja protagonista, noticia que acabó afectando a la recepción de la película. Gustan más los cotilleos que el arte.

El cine de Zemeckis siempre se ha caracterizado por intentar estar a la última en avances técnicos, una de las obsesiones del cineasta, tal y como demuestran películas como ‘Regreso al futuro’ (‘Back to the Future’, 1985) y sus secuelas, ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit’ (‘Who Framed Roger Rabbit?’, 1988) o la oscarizada ‘Forrest Gump’ (íd., 1994), por citar algunas. También su etapa animada, con tres películas, y que le produjo más disgustos que alegrías.

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Resulta curioso que la primera secuencia de ‘Aliados’ sea un hombre descendiendo desde el aire al desierto africano. Al igual que en las dos películas previas de su director, el protagonista es un experto en trabajos de altura. Sin embargo, esa primera secuencia será la única en la que veremos al personaje central a unos metros más arriba de la realidad terrenal. Unos primeros minutos sin diálogos y que remiten directamente a la belleza de David Lean y su ‘Lawrence de Arabia’ (‘Lawrence of Arabia, 1962).

Cine de antes, cine de hoy

Zemeckis, que es el alumno más aventajado que ha tenido nunca Steven Spielberg, propone un viaje emocional traducido en historia de espionaje como las de antes, y servida con toda la imaginería que la técnica moderna puede ofrecer. Un prodigio que consigue un equilibrio ético/estético pocas veces visto en el cine mainstream reciente. Se juega con nuestra memoria y nuestra relación con el cine, ante todo un arte popular.

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Con un soberbio guion de Steven Knight da la sensación de que ‘Aliados’ se divide en dos partes, pero en realidad son más, si bien divididas en dos bloques que se diferencian por su lugar de ubicación, primero Casablanca —con el consabido homenaje al mítico film de Michael Curtiz—, más tarde Londres, manteniendo en todo momento un juego de espejos —lo que ambos personajes son, lo que ambos fingen ser— y también de contrastes: al inicio el protagonista desciende del cielo, en su primera aparición en Londres asciende desde el metro.

La línea divisoria del juego de identidades, sospechas y secretos está marcada por una genial línea de diálogo, introducida muy inteligente en una secuencia de seducción como reproche a Max Vatan (Brad Pitt) por poner a prueba a su compañera, Marianne (Marion Cotillard), en el manejo de armas: “El error que comete la gente en estas situaciones no es el sexo, son los sentimientos”. Una frase que encierra más de lo que parece y semeja un juego de metalingüismo con el propio lenguaje del cine.

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Un cine con el que Zemeckis hurga en nuestra memoria cinéfila evocando a algunos de los más conocidos cineastas que ha dado el séptimo arte. A los citados Lean y Spielberg hay que sumar la que es probablemente la influencia más presente en ‘Aliados’: Alfred Hitchcock. La sombra de ‘Encadenados’ (‘Notorious’, 1946), incluso de ‘Cortina rasgada’ (‘Torn Curtain’, 1966), navega por este drama de espionaje cuyo recorrido contiene un coherente crescendo dramático que va cambiando de juego.

Una odisea emocional

‘Aliados’ comienza como film de acción con una misión concreta. El clímax de ese tramo es la portentosa secuencia en la que ambos llevan a cabo su misión, una set piece que revela a Zemeckis como un director de cine de acción casi inesperado. Una elipsis nos lleva a un Londres amenazado por bombardeos enemigos. Un impresionante nacimiento bajo un nocturno cielo lleno de fuego vuelve a recordarnos qué es lo importante en un mundo lleno de peligros.

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De ahí se pasa a un juego de suspense que desemboca en melodrama puro y duro a modo de epílogo desencajado, y enormemente coherente con la intención de Zemeckis, que a través de un arte enormemente popular —virtud y a la vez, su gran hándicap— nos devuelve, con lo último en técnica —salvo ese rostro de Pitt—, la emoción de un cine que nos pertenece, que forma parte de nosotros más allá del vínculo como espectadores. Una declaración de amor a la memoria cinéfila donde permanecen las imágenes de siempre.

No puedo acabar sin dejar de señalar uno de los aspectos que más me han gustado del film: ese niño que nace bajo el bombardeo fue concebido en un coche al que cubre una tormenta de arena —magistral secuencia sexual con la que Zemeckis hace una reverencia a Spielberg—. En un coche será donde Marianne deje a su hijo, bien arropado, antes de tomar la dura decisión final. Los dos instantes más importantes de su vida, dos actos de amor, son realizados dentro de un coche. Con ellos apuesta por el futuro. Como Zemeckis con el cine que lleva dentro, y que, en cierto modo, es el nuestro.

El feeling entre Brad Pitt y Marion Cotillard es precisamente otro juego de verdades y mentiras que parece haber pasado inadvertido para muchos.

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