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'Náufrago', el hombre ante la soledad

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No cometamos el pecado de perder la noción del tiempo

-Chuck Nolan

‘Náufrago’ (‘Cast Away’, 2000), pertenece a una etapa en la carrera de Robert Zemeckis, antes de que le diera la fiebre por la animación digital —con flojos resultados, nada que ver con la estupenda ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ (‘Who framed Roger Rabbit?’, 20001988)—, en la que buscaba una especie de clasicismo que le elevara de categoría y pasar de aplicado artesano a codearse con los grandes —léase Steven Spielberg—. A esa época pertenecen títulos como ‘Forrest Gump’, ‘Contact’ (id, 1997) o ‘Lo que la verdad esconde’ (‘What Lies Beneath’, 200). Una decisión equivocada a mi modo de ver, porque Zemeckis siempre se ha movido mejor en el terreno de las historias de género, las que son pura diversión desinhibida, y no en el de las películas bigger than life. De todas ellas, ‘Náufrago’ es la mejor. De lejos.

Esta película es Tom Hanks. No existe un solo plano en todo el film en que no aparezca, por lo que si el actor no es santo de devoción del espectador —como reconozco es mi caso— el asunto no se antoja especialmente apetecible. Siempre me ha resultado algo estomagante esa especie de candidez e infantilismo que imprime a todos sus papeles de americano medio, como si fuera un James Stewart algo corto de luces. Pues bien, he de reconocer que a la media hora de película ya habia olvidado la antipatía que siento por el actor y estaba completamente entregado a esta historia de soledad y supervivencia dirigida con pulso maestro por Robert Zemeckis.

Chuck Nolan odia perder el tiempo. Es un importante directivo de la empresa de mensajería FedEx y no soporta que los envíos no lleguen a su hora. Es el mejor en su puesto —algún día habría que hablar de esa manía del cine americano por la que el protagonista siempre es el mejor del mundo en su puesto. No hay espacio para la medianía en los Estados Unidos—. En su vida no existen tiempos muertos, su amuleto es el “busca” y hasta los encuentros con su novia se parecen más a reuniones de trabajo donde deben cuadrar fechas para verse unos minutos. El director, viejo zorro, dota al principio de la cinta de un ritmo estresante y una sensación de tiempo que se escapa para que cuando la narración llegue a la isla —porque hay una isla, como es de esperar en un film que se titula ‘Náufrago‘— sea mayor el choque. Pero vayamos al accidente.

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La escena del accidente de avión que convertirá al personaje de Tom Hanks en un náufrago, es simplemente magistral en su realismo y planificación. El espectador se siente realmente “empotrado” con los protagonistas. El terror y la impotencia de Tom Hanks se contagian a la platea mientras la avioneta cae hacia la muerte. Una vez que el avión se ha estrellado en medio del mar, nuestro protagonista salva milagrosamente la vida y emerge a superficie desde el fondo del mar en una frágil barca hinchable. En un fantástico plano cenital, vemos la humilde barca perdida en medio de una terrible tormenta. Como el protagonista, solo atisbamos lo que ocurre cuando los rayos iluminan la pantalla, el resto de tiempo estamos a oscuras. La escena es de una belleza atroz. Esto es Cine, señores.

Una vez en la isla a la que llega arrastrado por la marea, el personaje se enfrenta a mil pequeños problemas que no solemos ver en las películas de náufragos, esto no es Robinson Crusoe. En este primer contacto con su nuevo entorno, nuestro protagonista no sabe qué hacer. Deambula, toma decisiones equivocadas, se le ve gordo, torpe, trata de refugiarse como puede de las torrenciales lluvias que caen cada dos por tres e intenta conseguir agua y comida con resultados que rozan lo patético. Solo hace falta ver lo difícil que es conseguir algo tan vital como el fuego. Cuando lo logra, el actor contagia su entusiasmo al público. Algo en aparencia tan simple se convierte en un triunfo homérico. Hay un afán por huír de los tópicos de este tipo de relatos francamente agradable, y una muela podrida se vuelve una cuestión de vida o muerte. Llegados a este punto, hay una elipsis de nada menos que cuatro años, y cuando volvemos a ver al protagonista, el cambio es espectacular.

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La película se hizo famosa en su día porque el director rodó la primera parte y después paralizó el rodaje durante casi un año para que Tom Hanks tuviera tiempo de adelgazar casi 30 kilos y dejarse crecer la barba que lucirá en el resto del metraje. En estos tiempos en que los efectos digitales se utilizan para cualquier cosa, es de agradecer la opción de Zemeckis a la hora de dotar de verismo a la historia. De este salto temporal emerge un Chuck Hogan más sereno, más sabio y más silencioso. Aquí comienza una película despojada hasta el hueso de lo innecesario. No hay banda sonora. No hay casi diálogos salvo los —monólogos— que mantiene con “Wilson”, un balón de voley humanizado tras haberle pintado una cara. Es el día a día de un ser humano que sufre para mantener la esperanza frente a la espantosa soledad. Su relación con Wilson puede parecer absurda así contada, pero resulta absolutamente conmovedora en la pantalla. Es su excusa para vencer el tabú de hablar solo, de vencer el miedo de caer en la locura, y precisamente, el dialogar con un balón será lo que le mantenga cuerdo. Gracias a esta lunática relación conoceremos hasta los más recónditos sentimientos del protagonista y la terrible soledad que ha tenido que soportar todos estos años.

Al fin decide hacerse a la mar con una barca construída con mimo a lo largo del tiempo y con la sabiduría que le han brindado sus cuatro años en la isla. Con su inseparable Wilson, en una escena inolvidable consigue hacerse a la mar y salvar la barrera de rompientes. La bella música de Alan Silvestri hace su aparición por primera vez y llegamos a la escena más conmovedora del film: Chuck debe decidir entre salvar su vida o la de Wilson, y será una decisión mucho más dura de lo que a priori podría parecer. Nunca imaginé que el destino de un simple balón me pondría el corazón en un puño. Magnífico. El final de la aventura sorprende por lo razonable, aunque puede que le sobre una escena ciertamente lacrimógena bajo la lluvia. Pero Zemeckis ha conseguido una película serena y emocionante y Tom Hanks, un actuación memorable. Spielberg estaría orgulloso.


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